Madrugábamos porque la noche protege del calor.
Dyane6 -para gente encantadora- y algunos seiscientos humeantes parados por el camino.
Burgos a una hora. El amanecer en Somosierra, nos despertaba a la primera meta y parada. Se iba borrando el verde de las pupilas y el viaje se impregnaba de amarillo.
Saludo a la Cibeles y más tarde, al Pirulí. La M-30 parecía burlarse de nosotros y cambiar cada año el lugar de salida. El temor a perdernos y dar vueltas por la desconocida Madrid,nos mantenía en estado febril hasta que por fin reíamos entre Pinto y Valdemoro. Echar gasolina en Ocaña, respirar el queso manchego.
Tres molinos en una colina y Despeñaperros a una tirada. El mareo aparecía tras cualquier camión y entonces el viaje se hacía ya insoportable.
El castillo de Jaén, iríamos a ver las tijeras en el cuadro de la catedral y otras
historias, apaciaguaban la inquietud por llegar. Jabalcuz, los Villares y por fin,
campo, campo, campo, entre los olivos, los cortijos blancos aparecían las casas de Riofrío, donde el abuelo, último testigo de la fábrica de la luz, nos esperaba.
Marieli Rueda, amiguita y compañera de mi madre en el Club De Los Poetas Rojos, de ascendencia Jienense o Jaenera.
Que bonito lo cuenta!! es cierto que cuando entras a Jaén te recibe el Castillo como faro que guía...
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