domingo, 11 de diciembre de 2011
LA FUERZA DE LO INTERNO
A primera vista podría parecer un mendigo, alguien a quien podríamos encontrar cualquier día, en cualquier ciudad, sentado en una acera pidiendo limosna. Pero hay algo en su imagen, en su expresión, que invita a profundizar más allá de lo aparente, de lo visible.
Su mano es firme y poderosa, curtida por el tiempo y los elementos. Pero a la vez es translúcida, como si nos quisiera mostrar su estructura para que descubriéramos en su interior el mecanismo de la Fuerza.
Su barba, descuidada y canosa, nos transmite su personalidad y añade al rostro experiencia, sabiduría y cierto dominio del tiempo.
Su rostro, surcado por infinitas arrugas, es como la tierra, sustancia viva que espera un cambio de ciclo, el fin de un tiempo y el principio de otro. Su renacimiento.
Sus ojos son fuego y agua. Dos luces que dan vida y sentido a todo el conjunto. Dos puertas al interior, un interior que invita a su exploración y que seguro que está lleno de vivencias, de dolor y de belleza. Un interior que está muy vivo.
Su mirada, en cambio, está fuera, mas allá de su presente, buscando un futuro que su alma anhela, una liberación que su espíritu ya necesita, porque su vehículo, su cuerpo, ya ha cumplido su misión.
Y todo ello intenta esconderse bajo una capucha, porque en realidad ya no pertenece a este mundo, y él lo sabe, y espera en paz su momento de partir.
Pero tal vez lo más bello es que nunca sabremos quien es, o quien fue, y precisamente por eso, por su condición de anónimo, es por lo que su imagen nos refleja a todos y nos dice tanto.
Nada hay más real que lo que no tiene nombre ni está clasificado.
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